sábado, 20 de noviembre de 2010

La televisión es el opio del pueblo

          Un mameluco amenaza con quemar cientos de Coranes en una pira catártica a las puertas de su iglesia y esta noticia, en cuestión de días, se convierte en un grave conflicto internacional, que de nuevo, enfrenta dos posturas diametralmente opuestas pero igualmente exaltadas. La internacionalización de lo local, el tratamiento planetario de una asunto anecdótico, o como mucho, de una extravagancia más de otro exacerbado fanático religioso, en este escenario global en que vivimos, dio rápidamente la vuelta al mundo y ocupó las agendas informativas de periódicos y telediarios elevando el simple suceso a conflicto de incremento defcon. Incluso, requirió la mediación del mismísimo Obama, en un enésimo intento por calmar las aguas en los días previos al recordatorio por el atentado del 11-S.


          No sólo se alimenta el recuerdo de los atentados con noticias ‘noticiables’ sino que los medios bucean entre la maraña de informaciones o desinformaciones en la búsqueda de cualquier hecho, significativo o no, que justifique una nueva crónica y que fije la atención en la amenaza islamista. En nuestro acervo periodístico ya hemos interiorizado palabras como fanatismo, yihadismo, talibán… y en los últimos años hemos aprendido que El Corán es mucho más que un libro sagrado, como puedan serlo la Biblia, el Talmud, la Mishná o el Tao-Te-Ching. La importancia no es el hecho en sí mismo, la quema de Coranes, que a los ojos de un occidental pueda no ser tan grave. Lo trascendente es que los medios de comunicación que divulgaron la noticia y la posicionaron en el tablero global no fueran capaces de medir las repercusiones que una información así podría tener. No se trata de autocensura, se trata simplemente de no echar más leña al fuego en un contexto internacional que se resquebraja por todas partes. En temas tan delicados como éste, el ataque a un símbolo por el que cualquier integrista estaría dispuesto a morir o matar, una simple anécdota provoca un ‘efecto mariposa’ tal que se eleva a la categoría de amenaza y varias agencias de seguridad alertan sobre inminentes atentados en Europa, y por supuesto, en EEUU. Sin duda los medios de comunicación, como prescriptores sociales y establecedores de la agenda informativa de los ciudadanos deberían medir la naturaleza y el alcance de todas las informaciones que publican y no entrar en banalizaciones. Pero como dice Vargas Llosa, la noticia-espectáculo es la que vende y nada mejor que dividir al mundo en dos, buscar el enfrentamiento, para conseguir audiencia.


          Personalmente algo que me cuesta digerir y que supera con creces los máximos de mi comprensión es que los medios de comunicación no sean capaces de discernir entre lo que es noticiable o no, o peor aún, lo que bajo ningún aspecto debería ser noticiable y sin embargo se convierte en noticia de portada o se trata como algo baladí y con ello obtiene repercusión mediática. En concreto la mercantilización de la muerte, no la muerte en sí misma. Primero Von Hagens, ese médico pseudoartista que se hizo mundialemnte famoso con aquellas exposiciones que mostraban mediante la técnica de la plastinación cadáveres humanos en todo tipo de poses y situaciones. Después, otro artista alemán, Gregor Schneider, que en un intento por rizar el rizo ha planificado una perfomance en la que un enfermo agónico será “expuesto” para aquellos amantes del arte que quieran observar de cerca la belleza de la muerte, eso sí, previo pago y creando una atmósfera privada pero “con un orden de visitas”.


          Hace muchos años, Bertrand Tavernier dirigió una innovadora y ambigua película de ciencia ficción titulada La muerte en directo. En ella se hacía una dura crítica al mal uso de los medios de comunicación hacia el que se encaminaba la sociedad de la época (eran los años setenta) pero se barajaban ya temas tan de actualidad como la perversión social a través de los medios y “deshumanización frente a un mundo ávido de una nueva pornografía” (en palabras de uno de los personajes del filme). En él, una mujer con una enfermedad terminal se ofrecía para que sus últimos meses de vida fueran filmados por un programa de televisión. Tras hacerse famosa y tomar conciencia de la verdadera repercusión de su decisión decide rehusar la oferta, pero el interés suscitado es tal que un periodista decide implantarse una cámara en su cerebro y retransmitir en directo, sin el conocimiento de ella, sus últimas semanas de agonía. ¿No os recuerda a algo esta película? Creo que todos recordamos como una ex-concursante del Gran Hermano Británico, Jade Goody, famosa y controvertida en su país pero una absoluta desconocida para el resto del planeta, adquirió relevancia mundial cuando decidió vender sus últimos meses de vida. Tras fallecer, su representante la definió como “la primera estrella mundial de la telerrealidad“. ¿Nos hemos convertido los periodistas en ‘fotógrafos del pánico’? ¿Tanto vende la muerte? ¿Cómo a un antropófago, Zhu Yu, pudo cedérsele una franja de prime time en un canal británico para que en directo protagonizara un espectáculo de canibalismo en el que supuestamente se comía el feto de un bebé muerto? ¿Dónde está el límite? ¿Hay límites o la globalización y el interés economicista los desdibuja?


          Pero los medios patrios no se quedan atrás. Son muchos los espacios y las horas de programación que se le dedica a la muerte, un tema con el que los ánimos se exacerban llegando incluso a situaciones kafkianas de un paroxismo incomprensible. Todos conocemos el caso de las niñas de Alcàsser, el asesinato de Rocío Wanninkhof, el crimen de la joven Marta del Castillo o el reciente fallecimiento de Antonio Puerta, el agresor del profesor Jesús Neira que tanto dio que hablar. Me abruma que actos así se sigan cometiendo, pero no me asusta menos que los medios de comunicación hagan de una tragedia un espectáculo sin límites. Con el caso Alcàsser las cadenas privadas de televisión compitieron por colocar sus programas en la órbita de los más vistos, llegando el máximo nivel de perversión el día en que descubiertos los cuerpos de las niñas, una excelente, pero a partir de entonces denostada Nieves Herrero, realizó uno de los más macabros directos que jamás he visto en un perverso intento por cubrir la noticia hasta en su momento más devastador.


           Los medios deberían haber aprendido algo de aquel día, pero no, años después, en el caso Wanninkhof, tras propiciar un ambiente de histeria popular y de vehicular el dolor de una madre afligida, los artículos de prensa y los espacios de televisión recondujeron la investigación y señalaron como más que presunta asesina a la antigua pareja de la madre. Y el asesinato de Marta del Castillo se convirtió en un tétrico circo en el que segundo a segundo se retransmitía el curso de las investigaciones. Nacho Abad, “buitre leonado de la telebasura fúnebre” o “periodista de las crónicas de higadillos” realizó muy al estilo Herreriano varios especiales de su programa Rojo y Negro. ¿Alguno de vosotros recuerda los bochornosos especiales dedicados a la joven sevillana? O las preguntas que a cara descubierta se le hicieron a una niña de 14 años sobre su novio, el presunto asesino: “¿Te pegó? ¿Te insultó? ¿Te fue infiel?”. No me extraña que el genial Joaquín Sabina declarara hace poco “veo telebasura para odiar a la humanidad”. Viendo estos comportamientos a veces sólo te quedan ganas de eso… Recordando este especial y lo poco escrupulosos que son algunos profesionales me ha venido a la mente otra película, lo siento, mi debilidad es el cine. ¿Habéis visto El gran carnaval, de Billy Wilder, en la que un periodista sin escrúpulos decide sacarle partido a una noticia logrando retrasar la resolución del caso para así alargarla y darle espectacularidad, y escribir una entrega diaria sobre los hechos. Hay un fabuloso diálogo en esta película que os trascribo: Charles Tatum (Kirk Douglas): “Señor Boot (el director del periódico), soy un periodista de 250 dólares a la semana. Se me puede contratar por 50. Conozco los periódicos por delante y por detrás, de arriba abajo. Sé escribirlos, publicarlos, imprimirlos, empaquetarlos y venderlos. Puedo encargarme de las grandes noticias y de las pequeñas. Y, si no hay noticias salgo a la calle y muerdo a un perro. Dejémoslo en 45”. ¿Es ése el periodismo que queremos hacer o el que nos van a dejar hacer?


          Por desgracia en la mayoría de los medios de comunicación en los que podremos ejercer nuestra futura profesión se ha producido un axiomático deterioro de sus contenidos. Ni el código de autorregulación del 2004, planeado entonces como el bálsamo de Fierabrás a toda la basura que inundaba la televisión ni algunos intentos por reconducir la programación hacia contenidos menos perniciosos han conseguido desterrar la telebasura hacia plantas de reciclaje informativo. Porque al igual que la basura se recicla, estos espacios se reciclan a sí mismos, se reconvierten, renacen y acaban siendo el mismo perro con diferente collar. Da igual que un programa se llame “Rojo y Negro” o “De tú a tú” y que entre ambos hayan transcurrido diecisiete años, o si entramos en el mundo del colorín y del amarillismo “Aquí hay tomate” o “Sálvame”. La telerrealidad, la McTV o telebasura, llamada así por su similitud con otro fenómeno concomitante como es la comida basura, siguen llenando franjas horarias completas con programas de sucesos de múltiples formatos.


          En ellos, periodistas, pseudoperiodistas, personajes notorios que devienen en colaboradores e invitados buscan entre vísceras los entresijos de la noticia de actualidad y todo ello explotando el morbo, el sensacionalismo y el escándalo a base de reduccionismo y demagogia y amparándose en el derecho a la información del ciudadano en aras de satisfacer un falso interés general, el de la audiencia. Los contenidos de estos programas son epidemias comunicativas, virus mediáticos, que invaden la agenda informativa de los ciudadanos, plagada de bufones como los que aludía Vargas Llosa, o de acontecimientos puntuales o interlocutores de cartón piedra que rellenan huecos en la parrilla hasta que dejan de tener vigencia y otros ocupan su lugar. No importa tanto lo que se cuenta, sino que sea entretenido y que enganche al telespectador, la televisión se convierte en el nuevo “opio del pueblo” manteniéndolo pegado a la pantalla y aplicando, si es necesario, el “less objectionable program”, es decir, rebajar el nivel de exigencia y atención del espectador para poder llegar al mayor espectro posible de ellos. Y esto no es nuevo, Lope de Vega ya lo argumentaba hace siglos: “si el vulgo es necio es justo hablarle en necio para darle gusto”.


          La pega de la telebasura no es que exista, ni que se reverencie a personajes sin notoriedad profesional alguna o se recurra a productos de flujo de dudosa calidad. El verdadero inconveniente no es lo que se emite, quien no quiera verlo no tiene más que cambiar de canal, apagar el televisor o leerse un libro, el problema es lo que se deja de emitir, porque se reducen las posibilidades de elección del ciudadano y aquí entramos en lo que antes comentaba una compañera: “es la pescadilla que se muerde la cola”. Si zappeo y en todos los canales emiten un programa de formato similar y me apetece “ver la tele” seguro que alguno de ellos veré, aunque no me interese lo más mínimo. Y para concluir, me gustaría citar una última película, El show de Truman, creo que de sobra conocida por todos. Cuando el protagonista, Truman, decide acabar con el show televisivo que ha enganchado a medio planeta y abandona el set del programa, uno de los telespectadores coge el mando y pregunta a quien tiene a su lado: ¿Qué ponen ahora? Miraré en el Teleguía.


Francisco Férriz





Enlaces:

El día en que Nieves Herrero cambió la TV:

Marta del Castillo y las niñas de Alcàsser:


El ‘caso Marta del Castillo’: ¿sólo información, morbo o “circo mediático”?:

Nacho Abad: “He marcado una línea moral con la que tener la conciencia tranquila”: http://www.20minutos.es/noticia/427902/0/abad/sucesos/telecinco/


Truman desafía al “creador”, escena final de El show de Truman.

El mercado negro de Von Hagens. ‘Der Spiegel’ acusa al médico alemán de utilizar cuerpos de ejecutados chinos:



Gregor Schneider ‘expondrá’ un enfermo agonizante que morirá en público:http://www.elmundo.es/elmundo/2008/04/21/cultura/1208790651.html


Escena de El Gran Carnaval (en inglés):


La muerte en directo (en inglés, película completa):


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